En el mar no hay olas sin ojos
sino nombres de labios que llaman
a los barcos perdidos.
En el mar no hay cruces de piedra
sólo cruces de sal y heridas de agua
que recuerdan las redes de carne
que inundan su fondo.
Y las gaviotas gritan sobre la arena y las redes.
Gritan, aullando,
llevando en sus alas el alma de los marineros.
En el mar no hay lluvia
que rompa la losa de mármol
que cubre la tierra.
En el mar las gotas se ahogan
y lloran más gotas. Se enfurecen y enervan
formando montañas de lágrimas y espuma.
Montañas oscuras, verdes y blancas,
que reflejan el cielo
y todos y cada uno de los nombres.
— Ángel María García Martiartu