Nunca recordamos lo que soñamos
porque no lo hemos vivido.
Creemos recordar fragmentos:
muebles,
uñas,
cosas olvidadas,
risas de niños,
rosas del color de la sangre.
Pero nunca recordamos una cara, cuando la soñamos.
Ni los movimientos de un cuerpo
ni siquiera el contacto de la piel con el aire.
Son crueles los sueños.
Nos enseñan tanto y vemos tan poco.
Los sueños hurgan en nuestro corazón
y nos enseñan su lado más oscuro,
nos enseñan el retrato de nuestra alma
retorcida por el tiempo.
Y entonces soñamos
con ojos mutilados,
con insectos voraces,
con mujeres hechas de hielo derritiéndose
y palomas muertas tiradas en la cama.
Porque los sueños son puzles de nuestra memoria.
Y las piezas se juntan,
se dispersan, pero nunca encajan.
Y colocamos a las niñas cabezas de perro
y en los jardines crecen grandes penes,
y los árboles son de agua y de nubes.
Nada es real porque es nuestro.
Porque nuestra vida se escribe en los sueños.
Y nuestros ojos son incapaces de leerlos.
— Ángel María García Martiartu